Andrés de Jesús Márquez Gómez




Santa Ana del Norte. *17.10.1917 +12.05.2005

Sacerdote. Hijo de Leandro Máximo Márquez Moreno y María de Jesús Gómez de Márquez.

Sus estudios eclesiásticos los realizó en el Seminario de Cumaná y el lnterdiocesano de Caracas. El 26 de julio de 1942 fue ordenado sacerdote en el histórico Templo Parroquial de su pueblo natal, donde ofició su Primera Misa el 2 de agosto del mismo año.

Fue Párroco de Altagracia, Cumaná, Puerto Sucre, Santa Ana y Carúpano. Vicario de Margarita, de Carúpano y Vicario Capitular de la Diócesis de Cumaná. Camarero Secreto y Protonotario Apostólico de Su Santidad, Miembro del Consejo de Consultores de la Diócesis y Miembro del Consejo Presbiteral.

El 11 de septiembre de 1963 fue trasladado a Carúpano donde prestó servicios hasta el 12 de diciembre de 1972. En enero de 1973 se incorpora a la Diócesis de San Felipe donde se desempeñó como Vicario de Religiosas, Capellán del Ancianato y Capellán del Internado Judicial.

Ya avanzado en edad pasa a retiro y regresa a Margarita, a su lar nativo, Santa Ana, donde goza del aprecio y del cariño de sus familiares y de la feligresía en general. Enfermó y su estado de salud cada día empeoraba, pero la muerte de su hermano Monseñor Tomás ocurrida el 11 del pasado diciembre contribuyó a que su salud se resintiera aún más y lo que podían hacer los médicos era muy poco.

Sobrevino la muerte y Monseñor Andrés entregó su alma al Señor el 12 de mayo de 2005. En un gesto de dolor colectivo de todos los que ayer fueron sus fieles y de los pobladores de Santa Ana donde fue párroco durante dieciocho años, fue enterrado en el Templo Parroquial el 13 de mayo pasado.

Monseñor Andrés, sacerdote ejemplar, humilde, amigo de todos, además de su labor de sacerdote, en la que dejó huella profunda en la comunidad, nos legó una obra escrita en 1946 y editada en 1976. Árboles, Pájaros y Niños que fue reeditada por Fundación República Insular y que constituye el primer título de la Colección Felipe Natera Wanderlinder, bautizado y puesto a la venta el 19 de abril del presente año en el Acto Central del VI Aniversario de República Insular.

En Árboles, Pájaros y Niños Monseñor Andrés se pasea por su infancia, la historia del pueblo, acontecimientos históricos, Asamblea de Notables, sitios históricos, párrocos, tertulias, personajes populares, tradiciones, documentos, en fin, un libro digno de ser leído.

Santíago Amparán Romero
Santa Ana, junio de 2005



Prólogo de la tercera edición de Árboles, Pájaros y Niños

Aníbal Márquez Gómez
Villa de Santa Ana de El Norte, junio de 2021 

Me ha pedido el Presidente de la Fundación República Insular:  José Emilio Córdova Brito,  la redacción del prólogo de esta 3ª edición del libro "Arboles, Pájaros y Niños" cuyo autor es mi hermano Andrés, por la importancia de dicho libro y su aceptación unánime en Margarita y otros lugares de la geografía nacional,  por su contenido descriptivo de un pueblo interiorano, de sus costumbres y habitantes, por sus valiosas citas y referencias a otros autores, por la frecuencia con que este libro es citado por otros autores y por las expresiones y fundamentos de la doctrina cristiana. Eso sí, el pedido está condicionado a que hable del Andrés hijo, hermano, poeta, lector disciplinado, sacerdote y hombre.

Andrés en mi infancia:

Guardo con singular orgullo, una especie de preferencia que Andrés siempre tuvo hacia mí: último vástago de su numerosa familia, y como niño asustadizo y sensible a las maldades humanas. La prueba de esa preferencia la resumo así:

Mi otro hermano sacerdote: Tomás, había sido designado cura de Juangriego; y mi hermana Lourdes, a quien Tomás llamó después “La samaritana del sacerdote“,  cuidaba de mi Padre y de mí (una surrapa de seis años-1945) y también de mi madre enferma de una diabetes muy agresiva. Esto se resolvió, porque se apeló a  mi  hermana Lucía quien vivía en la misma calle y que nunca tuvo hijos. Esto, para mi desgracia, permitió que Lourdes se encargará de Tomás y de mí; pero en Juangriego, quién sabe hasta cuándo; porque al año siguiente yo debía entrar al primer grado de la escuela pública. Por supuesto, esto me sumió en una profunda tristeza, porqué significó alejarme  de mi madre enferma, de mi padre; muy serio, pero absolutamente amoroso, y de mi pueblo, además de mis amigos y de mis “arboles, pájaros y niños”.  

Era como si me sacaran del paraíso luminoso y alegre, para enclaustrarme en una ciudad oscura y tenebrosa.  Esto hizo que proliferaran mis temores.  Si Andrés acudió a sus fugas en la adversidad, en mí se acentuó un temor que me acompañó muchos años, ante las crueldades humanas.

Y además, al llegar a Juangriego, alguien le había dicho a Lourdes que lo mejor para curar esos miedos era darme un gran susto.  Así, una noche cuando Tomás conversaba en la puerta de la casa con algunos señores que le visitaban, a Lourdes se le ocurrió disfrazarse con un “manteo” que era una tela negra que usaban los curas de la época,  se cubrió  la cara de crema blanca “sánalo” y me llamó porque era hora de acostarme: acudí y me encontré de frente con aquel espectáculo grotesco que me hizo largar un espantoso alarido y salí corriendo de la casa hasta la tapia de enfrente, plaza de por medio.  Sin embargo, parece mentira, pero eso ayudó a mi salvación, porque me devolvieron a mi amado pueblo, a mis amigos. Por supuesto, la pobre Lourdes se llevó una gran reprimenda de Andrés, quien años después me dio otra prueba de la preferencia dicha, por lo siguiente:

Los curas de provincia, los más cuidadosos, acostumbraban ir a Caracas a asesorarse con los expertos en derecho canónico y compraban objetos para el culto católico.  En uno de esos viajes, a Andrés se le ocurrió que lo acompañara a  Caracas, cuando ya no era un niño tan temeroso. Imagínense mi alegría y mi euforia ante tal noticia, la cual regué ante mis amigos de la infancia haciéndome el más importante.

El avión de aeropostal aterrizó en el aeropuerto de Palo Negro en Maracay -los años que tendrá ese suceso-  porque el aeropuerto de Maiquetía no había sido concluido. Andrés le contó después a la familia que no tuve ningún temor, que después de un viaje tan largo por una carretera sinuosa llegamos a Caracas de noche en un autobús de la línea aérea. Y aquí está lo cómico: al ver tanta gente en la calle le pregunté a mi hermano que si era el día de la fiesta de Caracas y que esa ciudad tendría como mil plantas como la de El Norte para mantener tantos bombillos prendidos.

Al regresar a mi pueblo algunos amigos míos se mostraban extrañados de que con mi juventud hubiera alcanzado tal hazaña.

Una noche cuando Andrés regaba las matas de la casa parroquial sufrió una caída y llevó un golpe en la cabeza algunos lo consideraron como la causa del Alzheimer que años después fue causa de su muerte.  Desde ese día me tocó acompañarlo de noche en la casa parroquial,  lo cual me llenó de mucha alegría. De esos días, recuerdo una incidencia: una noche sentimos insistentes golpes a la puerta y al acudir vimos que era nuestro padre que nos avisaba que mamá había sufrido un ataque al corazón. Envuelto en una sábana y con unos viejos zapatos del tío Ricardo corrí hasta el dispensario y toque la puerta con angustia. Al poco rato me atendió un joven médico, recién designado para Santa Ana, mi inolvidable amigo Nicomedes Mata Moreno con quien quedé eternamente agradecido por la salvación de mi madre.

Pero mi padre, siempre preocupado como el que más por la educación de sus hijos, me mandó a repetir el quinto grado en Caracas al amparo de mi hermano Leandro. Nuevamente la separación de mi familia, de mi pueblo y de Andrés, luego de que éste me diera mi primera comunión.

Pero como siempre, mi padre tuvo razón, terminé con honores la primaria en la escuela anexa a la normal Gran Colombia, me gradué de bachiller en filosofía y letras en el Liceo Andrés Bello y de abogado en la Universidad Central de Venezuela en 1962.

Andrés durante mi estadía en Caracas:

Durante el tiempo que estuve en Caracas, cada vez que Andrés tenía que viajar hasta allá, siempre me buscaba para que lo acompañara en sus diligencias, entre ellas una en el diario El Nacional donde se publicó una reseña que él hizo sobre  la importancia del Templo de Santa Ana desde el punto de vista histórico y su necesaria reparación dado su crítico estado.

Después estuvo en Carúpano por varios años para sustituir a Tomás como párroco de la Parroquia de Santa Rosa de esa ciudad, y ante la designación de Tomás como Obispo de San Felipe. Ahí me tocó visitarlo cada vez que se celebraba la fiesta de esa patrona de Carúpano pero Tomás necesitó llevárselo  para su Diócesis y estando él allí, yo organizaba caravanas de la familia para visitarlos en esa ciudad del estado Yaracuy.

Andrés de nuevo en Santa Ana:

Luego de vivir felizmente con mi esposa Romelia y mis hijos en Caracas, por más de 40 años, nos residenciamos en Santa Ana. Con el correr de los años, Andrés enfermó de Alzheimer y lo trajimos a vivir a Margarita. Luego también vino Tomás.  Vivieron juntos, primero en mi casa por unos días y luego en la casa de mi hermano Luis.  Pero cuánta tristeza me daba observar su mirada ausente y su amarga melancolía. Andrés murió el 12 de mayo de 2005 y sus restos, junto con los de Tomas, están enterrados en la iglesia de su pueblo, por el que tanto lucharon.

Cada vez que veo esa tumba siento que allí están enterrados también los dolores y las alegrías de mi infancia, y las lágrimas afloran como manantial de la esperanza de encontrarnos nuevamente en la paz del Señor.

Poeta y lector:

Para complacer a Millo, también agregaré que Andrés era un hombre alto, de buen porte, amante de su Dios y de la Iglesia, como ninguno. Fue por varios años Profesor de Historia en el Liceo “Francisco Antonio Rísquez” de La Asunción. De las citas que hace en su libro, podemos observar que leyó e interpretó a los grandes clásicos de la literatura: el Siglo de Oro Español, el Romanticismo Francés, La Historia de Margarita, de Venezuela y América, la Poesía Universal, los Grandes Clásicos, etc.  Con frecuencia nos reunía a los jóvenes de la parroquia para hablarnos de las obras de los grandes escritores, nos leía párrafos de ella: así conocimos el duelo Ben-Hur con Mesala, en la carrera de carros que terminó con la muerte del segundo, las aventuras de Don Quijote ante los molinos de viento, las aventuras narradas por Dumas en “El Conde de Montecristo”, “Las Oscuras Golondrinas” de Gustavo Adolfo Bécquer y tantas otras que  la memoria ha borrado. Recuerdo que él mismo fabricó un artefacto muy rudimentario para editar libros escritos a máquina, de los cuales aún conservo un ejemplar. También nos enseñaba que podíamos bailar en una fiesta pero observando siempre las reglas de la moral y la decencia (al respecto nos ofreció el salón parroquial para la inauguración de una organización juvenil creada a raíz de la caída de Marcos Pérez Jiménez, pero que no se realizó por no haber consenso entre los integrantes. Asimismo, nos alimentó la sed por el deporte, comenzando por los juegos tradicionales como el maicito, el fardo, el escondido. Estamos hablando de 70 años atrás, cuando las malas costumbres no se conocían. Como poeta fue escasa su producción pero ampliamente conocida y reconocida su importancia. Al respecto, recordamos sus poesías: “El Campanario de mi Aldea” y “Rosa La Ciega” y tantas otras que el viento y el tiempo se llevaron.

Espero que estas vivencias sirvan de antesala del calor humano y del amor que mi querido hermano Andrés desborda en su gran obra, alegre como estoy al ver que en esta edición digitalizada sus palabras perdurarán en el tiempo.