Alberto 'Beto' Valderrama Patiño


NOTAS Y MANDOLINA

DE BETO VALDERRAMA PATIÑO

 

Una noche tibia con aires marinos, propia del fragor nocturno del trópico, con una modesta concurrencia asistente al Museo de Arte Francisco Narváez de Porlamar, oí una vez más la palabra breve, mitad silencio mitad vuelo ancestral del poeta venezolano Gustavo Pereira (Isla de Margarita, 1940). A diez metros de nosotros los crujidos de los autos y algún camión de aseo público perturbaba el silencio y la respiración. Detuve la mirada en otra mirada menuda, lejana, profunda, atada a horizontes que son quejumbre, nostalgia, gentilicio imperecedero: la mirada de don Beto Valderrama Patiño. Vino luego su voz larga y pausada, un canto de humildad y ternura, para explicarnos y para enseñarnos acerca del que ha sido su único patrimonio: la vocación hereditaria y ancestral por la mandolina y los cantos locales, expresión del Caribe insular venezolano: el galerón oriental, de raigambre religiosa en los velorios de Cruz de Mayo bajo la modalidad de la décima acompañada a menudo de guitarra, cuatro y bandolín; del polo, la jota, la malagueña margariteños (no olvidemos que estos cantos van atados al cognomento geográfico que le caracteriza ante el mundo), con sus cambios de acordes y rimas, así como sus motivos festivos, enternecedores y no pocas veces sublimes y nostálgicos. 

También de la gaita, la sabana blanca, el punto, el punto y llanto, el contrapunteo, el golpe y estribillo, el Maestro Seto Valderrama Patiño (El Cercado, 1949), expone sus sabias peculiaridades y accede con gran facilidad al verso  probatorio, al punteo del ritmo, a los registros de la melodía y a los acordes que armonizan voz y canto, vena con instrumento, en fin, la magia del lenguaje musical: «No me venga a buscar/ (ay mi compadre)/ porque de aquí no me iré./ Es que estoy enamorado/ (mi compai querido)/ y eso no lo sabe usted».

Y en cada encuentro con su persona, que es siempre el encuentro con su arte, bien en la Guayana venezolana o en los llanos y serranías orientales, como en el terruño local, Beto Valderrama Patiño se nos revela como uno de nuestros patrimonios culturales vivientes más relevantes del siglo XX. Sus giras internacionales lo han llevado a las vecinas islas de Trinidad y Tobago, en 1977, luego a Cuba, isla que no deja de visitar nunca por cuanto ésta tiene de común afinidad artística y humana con nuestra gente; a Chicago (a la Indiana University), lndianápolis,Atlanta, Miami, Ciudad de México, Cancún, Puerto Rico, Colombia, Curazao, Surinam, Madrid e Islas Canarias; pero siempre lo hallamos en una plazoleta local animando una parranda o bien sirviéndole de guía a sus innumerables alumnos de la Escuela de Cantos Tradicionales de Nueva Esparta que fundara con Jesús Bellorín hacia 1995, después que falleciera su gran amigo y cantor José Ramón V illarroel «El Huracán del Caribe» quien había impulsado esta noble idea junto con Hernán Malaver «El Tacarigüero». De esa manera se educa y se recoge la tradición existente y se promueven y difunden estos aprendizajes colectivos más allá de su esencia familiar y ancestral hacia otros ámbitos igualmente universales. 

Si bien Beto Valderrama Patiño no se define como etnomusicólogo, ni folklorista, o como folklorólogo o académico musical, su contribución en estas materias le han ganado respeto y admiración entre una buena tajada de escritores, poetas e intelectuales del país y del Caribe. 

Otra singular noche, de cálido frescor y algarabía, rones y abrazos, asistí al gran Homenaje de Medio Cupón que se le hacía al maestro Beto Valderrama Patiño en la sala del teatro Simón Bolívar de la ciudad de Juangriego, en julio de 1999. Sus primeros cincuenta años se habían desparramado por las bahías de su isla natal, de Juangriego a Porlamar, de La Guardia a Guacuco, de Pedro González a El Morro, escuchando a sus mayores y aprendiendo de ellos la sabiduría popular, archivando en la memoria (lo que no deja de ser un riesgo) arpegios, coplas, ritmos, arreglos, nombres, notas, matices de amaneceres, saudades y cuanta suerte de vivencias le ha deparado la vida. Allí se hizo, inclusive, una representación teatral de su infancia que nos conmovió a todos, no sólo por el parecido físico del pequeño actor que lo emuló en los juegos con chinas y las andanzas de camino aventurero, sino por la mezcla de carisma y dulzura, sencillez y humildad que logró transmitirnos quien nos hizo sentir en retrospectiva el desarrollo existencial de aquel genio de familia y que ya es el genio musical de toda la familia neoespartana. 

Por eso se ha desparramado su nombre y su prodigioso talento en tertulias, eventos, giras, escuelas, clases familiares, encuentros académicos, recitales, jolgorios, sancochos y homenajes plurales no sólo para alegrarnos el oído sino para elevar nuestras almas al éxtasis de un instrumento que le salió de las venas y le suena siempre en la gran cuenca del corazón. El corazón y las venas constituyen la mandolina de Beto Valderrama Patiño. Durante su adolescencia a mediado de los años sesenta, cuando apenas el país accedía a esta a veces mal llamada modernidad, alternó en la capital de Venezuela con destacadas voces nacionales como El Carrao de Palmarito (el apureño Juan de Los Santos Contreras), el gran oriental don Rafael Montaña, con Ángel Custodio Loyola, otro llanero reconocido, con don Mario Suárez y la inolvidable doña Adilia Castillo, entre otros, además de compartir con grandes músicos criollos como don Cándido Herrera, el recordado José Romero Bello y Juan Vicente Torrealba, quienes han dejado valiosas composiciones que forman parte de nuestro legado cultural, tanto como las agrupaciones invitadas la Radiodifusora Venezuela y Radio Rumbos en Caracas, y sucesivamente recorre el país como mandolina del conjunto del cantor margariteño Francisco Mata y sus Guaqueríes, accediendo igualmente a la televisión, por lo que el mítico Renny Ottolina y el carismático Amador Bendayán no dejaron de percibir y celebrar el virtuosismo de nuestro músico insular. 

¿Qué no ha hecho este músico por amor a su arte y a su profesión?. Ha estudiado guitarra clásica, viola, arpa, teoría y solfeo, armonía y composición, metodologías y técnicas de estudio musical, dirección orquestal, instrumentación, audición, música barroca, música de cámara, etc., y sin embargo su sentencia es simple: «Mis primeros maestros de música fueron mis abuelos y tíos maternos. Con ellos aprendí los primeros acordes y escalas, aunque le decían registros. Mi primera escuela de música fue el hogar». Luego vinieron otros no menos importantes maestros y ¡vaya qué maestros!: Lino Gutiérrez, Modesta Bor, Isidro Spinetti, Rómulo Lazarde, Cecilia «Chilo» Guerra, Valentin González, César Carrillo, Tadeuz Cítars y Manuel lcaza Cantan, entre tantos más, así como han sido sus maestros espirituales los genios clásicos Vivaldi Juan Sebastián Bach y Brahms. Pero además es el hombre que oye, que comparte, que tiene intacta la sana curiosidad por lo nuevo y relevante, sin dogmatismos ni encerramientos; que cree en las juventudes talentosas de nuestro oriente venezolano, con una muy alta conciencia social, que ha expuesto como pocos la necesidad de atar definitivamente el concepto del turismo natural a los valores socioculturales autóctonos, de reivindicar lo propio en el gran concierto universal de los pueblos, sus gentes y sus tradiciones, sin que nos sintamos excluidos y sin que propiciemos nosotros mismos esa enfermiza condición de la autonegación. Por eso su voz serena siempre admite una queja, una reflexión y una clara determinación frente a las praxis oficiales y particulares castradoras del desarrollo humano y material de la isla de Margarita y del país. Ello sin olvidar que Beto Valderrama Patiño ha sido un agudo observador de estas particulares realidades de la gran franja de aguas y sueños que es el Caribe. 

También lo sabemos buen lector, escarbador de la historia, musicalizador de poemas y poetas, pensador nato. En su interior brota un escudriñador de la palabra, un escritor de inquietudes. De su autoría son los trabajos publicados con los siguientes títulos: Margarita, su música y sus músicos (dos volúmenes); el artículo La música tradicional en el oriente venezolano (Barcelona, Revista Aremi, año 3 Nº 4, 1993; p52-68); el cuadernillo La música tradicional neoespartana, que acompaña el CD de la Escuela de Cantos Tradicionales de Nueva Esparta; el CD y el cuadernillo titulado Alberto Beto Valderrama Patiño y sus cuentos musicales; además de un método para el aprendizaje del Cuatro, entre otros tantos artículos y ensayos. Por otra parte, dispone de una discoteca personal compuesta por cuatrocientas piezas según su propia confesión; se suman los libros que le han dedicado tantos escritores e intelectuales que le admiran. También se suman a su patrimonio espiritual sus hijos y su familia toda, como quiere igualmente a los hijos de sus amigos. 

De las anécdotas, de las casualidades y causalidades que ha enfrentado a su paso por este planeta habrá que escribir después, por ahora valga esta breve semblanza que intenta mostrar la dimensión humana de nuestro músico amigo, como un humilde reconocimiento a cuanto ha ofrendado al gentilicio neospartano y nacional.

 José Pérez